lunes, 23 de agosto de 2010

Para que mientras crezcan sus historias sean más alegres que las que les hacemos vivir.


A las cuatro de la tarde María vuelve de la escuela a su casa, con solo nueve años sabe que es un largo camino, ya son tres años recorriendo tres kilómetros de regreso a su casa. Por la mañana el bus la pasa a buscar, pero en la tarde ya no pasa. Tampoco le importa demasiado, esta tarde se siente muy contenta.

El camino es un sendero largo por el sur de Chile y centro del país Mapuche, ahí transitan muchos niños, se ríen, hacen bromas, comen digüeñes, persiguen queltehues y ayudan a las vecinas con los sacos. Al mirar el cielo y sentir el viento, saben que esa tarde no lloverá, así que el camino entre árboles y praderas con animales serás más agradable.

María piensa en lo que aprendió hoy, hace tiempo que sabía contar, pero hoy descubrió que si juntaba todos los huevos que sus gallinas ponían en la semana tendría 60 huevos, pero además si los reunía en cajitas de doce, tenía 5 cajitas y eso era una división en partes iguales, este proceso le producía tanta curiosidad que quería saber más y más, empezando por conocer qué ocurría si ella ponía sus huevos en cajas de seis, es decir media docena, tendría más cajas, pero serían los mismos huevos. Le fascinaba tanto pensar en estos procesos, comentarlos con su amiga Catalina y distraerse riéndose de José que corría como loco tras un pequeño ternero.

Cuando llegó a la casa encontró a su mamá triste, su mamá nunca estaba triste, todos lo días cantaba y le enseñaba canciones antiguas que entonaba la abuela. La madre la sentó en sus rodillas y le pidió un abrazo, mientras miraban el fogón humeando dijo “ay María, que pena siento, mi hermano, tu tío, el papá de José fue tomado preso hoy en la mañana”, la niña no entendía nada, su tío era un hombre maravilloso y entretenido, siempre los acompañaba en la escuela contando historias del pueblo mapuche, les enseñaba de su cultura y les animaba a hablar mapudungun fuerte y claro. Su tío José era alegre y sabía muchas cosas, había viajado a muchos países del mundo para mostrar qué era ser mapuche y sin duda era uno de los mejores hombres de su comunidad. La madre siguió hablando, “querida hija, no pasarán muchos días en que vengan a ver nuestra casa a revisar nuestras cosas, no tengas miedo, pero verás que vienen con armas en sus manos, no les temas, pero no confíes en ellos, no recibas nada de un huinca camino a la casa, nada hija. Tu tío será juzgado por ser considerado un terrorista”- “Mamá, ¿qué es un terrorista?”- “Hija, un terrorista es aquel que pone en peligro la vida de las personas, aquel que genera terror, mata y golpea a la gente inocente, no sé hija, creo que no he visto terroristas entre nosotros”- “Mamá estás equivocada, yo he visto, si que he visto, la otra vez unos hombres entraron a la escuela y rompieron todo, nos asustaron, nos dejaron en el patio, no sabíamos qué pasaba, sentimos mucho miedo y ese mismo día se llevaron a nuestra profesora ¿te acuerdas el día en nos hizo clases la hermana mayor de Mireya?, yo creo que ellos eran terroristas”.

La madre no habló más, el silencio llenó por completo el fogón y abrazó a las dos mujeres que no querían demostrarlo, pero sentían mucho temor. Aquella tarde María no contó huevos ni los reunió en cajitas, no pensó más en eso sino en su tío, le hizo una carta con un dibujo de él haciendo clases para que se animara en la cárcel y se hizo otro dibujo que escondió bajo su cama, dibujó a unos hombres vestidos de negro con armas y grandes autos que llegaban a su casa, dibujó su casa como una fortaleza, le puso una bandera afuera y deseó que esas gallinas se volvieran en soldados y que ella se volvía un espíritu invencible, quería sentirse protegida porque esa tarde empezaba a sentir terror.

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